El antimarxismo contemporáneo
El antimarxismo contemporáneo
Manuel Gongora Canela
Anquilosado, trasnochado, pasado de moda e inmovilista, son los
calificativos más benevolentes que la apología burguesa, científicos
prostituidos, la Iglesia y los reformistas, falsos portadores de las
teorías superadoras les dedican al marxismo, al que designan como una
doctrina válida tan solo para el periodo histórico que media entre Marx y
Lenin. Para los sabios autores de los numerosísimos libelos
contrarrevolucionarios, el testimonio fehaciente de que el marxismo ha
recorrido ya el último tramo de su existencia, nos lo ofrece el retorno
al capitalismo de los antiguos países socialistas.
Para Francis
Fukuyama del Departamento de Estado de los Estados Unidos, los
conflictos sociopolíticos que se desarrollaban en el interior de la URSS
durante el año 1990 serían, sin discusión, los últimos pasos de la
evolución ideológica de la humanidad, la demostración palpable de que el
marxismo ha quedado obsoleto. En contraposición, sería la señal
inequívoca de "la universalización de la democracia liberal occidental
como forma final del gobierno humano".
Desde Marx y Engels
hasta nuestros días ha llovido mucho, revoluciones sociales e
involuciones, períodos de pérdidas de la fe y etapas de recuperaciones
de la religiosidad, llenan las páginas más densas de la historia humana,
pero sobre todo, se constata el avance imparable de las ciencias. Tras
la caída del "ateismo soviético", el liberalismo económico imperante
propone el llamado pensamiento único actualmente en trance de
conformación, que expresa los intereses de la globalización económica,
política y militar. La ciencia, en vez de hacer caso omiso a su llamada,
y proseguir con su inmaculado viaje, ha preferido mirar de reojo al
sistema burgués que la subvenciona. Y al calor del dólar, una pléyade de
científicos se ha envilecido, a cambio de recibir bonificaciones que
les ayudan a vivir mejor. En los últimos quince años, se han editado en
los EE.UU. decenas de libros que persuaden al lector por su autoría
"científicos de los Estados Unidos" y también por sus títulos un ta
nto tremendistas y llamativos en los que con sorprendente jactancia
aparecen en armonía las antinomias antes irreconciliables "Dios...
ciencia" "Big ban... Dios etc... Libros que vienen a refutar la
dialéctica materialista con el propósito de alejar a los lectores de las
influencias del marxismo.
Por otro lado, los introductores de
las teorías superadoras han levantado el vuelo aventados por la delicada
situación de un Movimiento Comunista Internacional, que ensimismado en
sus problemas internos, es incapaz, aún, de reaccionar ante sus
acometidas ideológicas, dando ocasión a su engreimiento que se
materializa en la proliferación sin precedentes, de opúsculos,
documentos, ensayos y celebraciones de conferencias que confirman la
superación de determinados principios marxistas.
Una tal
situación nos compromete a los comunistas a realizar un esfuerzo intenso
y renovado inaplazable. De lo contrario, de seguir agazapados a la
sombra de la crisis, sin activar nuestras energías con el mismo ardor
con que lo hacen nuestros enemigos, contribuiremos sin desearlo al éxito
de los argumentos más detractores de sus críticas.
El
marxismo, no obstante, es una razón objetiva que tiene vida propia,
independientemente de la capacidad de reacción que demostremos sus
seguidores, porque entraña sus raíces en la realidad de un universo
mutante y cuestiona científicamente las bases económicas de un
capitalismo insatisfactorio y contranatural. El hecho es, que después de
tantas adversidades, y de tantas veces enterrarlo, la influencia que el
marxismo ejerce sobre el pensamiento moderno es tan notable aún, que
merece la máxima atención de los que pronosticaron hace tiempo su
defunción. ¿Por qué, si el marxismo está muerto, existe la obsesión por
refutarlo?
La visión de un marxismo inanimado, se enturbia
cuando se somete a un examen pormenorizado y sistemático la obra de sus
principales hacedores, Marx, Engels y Lenin, de la que se desprende una
interacción sintetizadora y a la vez, armónica entre la teoría y la
praxis. Esta actitud reflexiva y de síntesis, emana de la dialéctica que
lleva impresa en cada uno de sus postulados. No se puede, ni se debe
afirmar, (salvo en el supuesto de un interés inconfesable) que los
fundamentos del marxismo se hallan prisioneros de la rigidez absoluta de
sus objetivos. Marx, Engels y Lenin demostraron, una vez tras otra, que
en la aplicación de los principios se deben considerar siempre todos
los cambios que constantemente tienen lugar en la sociedad capitalista,
del mismo modo que se han de tener en cuenta, también, los
descubrimientos científicos a la hora de abordar la fenomenología
física.
Pero, no todas las críticas que condenan al marxismo
proceden de aquellos que celebran su caducidad. También la doctrina de
Marx ha de soportar, los ataques más virulentos, si cabe, de los que
ensalzan su disposición renovadora. Basándose en el talante
evolucionista del pensamiento marxista, se emprende la falsaria tarea de
superación que se enmascara con la perspectiva del enriquecimiento.
Esta tendencia muy extendida entre algunos sectores de la
intelectualidad militante, propone la evolución desde el corazón mismo
del marxismo, presuntamente, para curarlo de sus heridas, y con la
voluntad de actualizarlo y adaptarlo a las nuevas circunstancias. En
conciencia, lo que persiguen no es la actualización de los principios,
sino su destrucción, por estimarlos inservibles y sustituirlos por otros
que estén en sintonía con sus deseos, extremo éste que llegan a
confundir con los cambios políticos que se han producido en la sociedad
capitalista. Así, el marxismo por obra y gracia de
la adaptación se esfuma, se extingue, sin dejar más huella que la de su nombre como testimonio de su acción regeneradora.
Después de 150 años de intentar desplazar al marxismo, las alternativas
superadoras no han dado un solo paso concreto. Bueno es reconocer que
los seguidores de Marx no hemos alcanzado todavía nuestros ideales, aún
así, nadie podrá negar que nuestros esfuerzos y nuestra perseverancia,
han proporcionado a la historia humana, elementos experimentales de gran
valor para el futuro. Hoy por hoy, los marxistas-leninistas, podemos
presumir con la cabeza muy en alto de ser los únicos que hemos puesto
cerco a la explotación capitalista. Nuestra indomable vitalidad, como
nuestra probada templanza ante las contrariedades y el continuar en pie,
después de los fracasos y frustraciones que provocó el derrumbe de los
países de la Europa del Este, se deben exclusivamente a la fortaleza de
ánimo que la inspira y al poder de convicción que posee la doctrina
marxista, que ha hecho del devenir su verdad absoluta, en la que se
estrellan las fantásticas elucubraciones del idealismo y contra la que
rebotan las reaccionarias apuestas de las opciones renovadoras.
La dialéctica en el pensamiento marxista, no se podrá jamás comprender
separada de su objeto final, que la distingue de todas las demás
filosofías, por ser la única que ha dotado a sus principios de los
medios científicos para obtener su objetivo capital: la sociedad
comunista. En esto se distingue de la ideología burguesa estricta,
absolutamente conservadora y en esto, se diferencia, también, de todas
las alternativas superadoras que adolecen de perspectivas
revolucionarias.
En la actualidad el discurso en torno a la
caducidad del marxismo evoluciona de diferentes formas y lo que en los
desconcienzados y en los renegados se convierte en una diatriba, en
algunos militantes de partidos obreros se manifiesta como un sofisma.
Estos, haciendo mal uso de sus legítimos derechos a aportar razones para
la adecuación ideológica y política de sus partidos a los tiempos
modernos, en el fondo, se dedican a impugnar su existencia al
reivindicar formas de organización extrañas al leninismo, a veces,
orillando con el anarquismo y en otras ocasiones lindando con las
agrupaciones socialdemócratas.
Los cambios producidos en el
mundo con un cargo tan costoso para el Movimiento Comunista Mundial, es
un motivo, lo suficientemente atractivo, para, además, desde nuestras
filas, analizar si el marxismo es una teoría anticuada e ineficaz y en
su consecuencia, plantear si es necesaria la existencia de una
organización marxista-leninista o en su defecto, abogar por la
transformación en otro modelo de partido.
El marxismo está vivo
La grandeza del marxismo es superlativa y contra ella colisionan todas
las hipótesis sobre su defunción. Desde que Marx y Engels concibieron el
materialismo (dialéctico e histórico) como fuente de análisis y como
guía de acción de los oprimidos, el marxismo ha tenido que repeler
acometidas feroces, procedentes de la burguesía y provenientes de los
oportunismos tanto de derecha como de izquierda.
Las épocas en
las que las luchas de clases aparecen atenuadas, son las más idóneas
para el florecimiento de las teorías liquidacionistas, a lo cual ayuda
la reconstrucción que se da con carácter continuo en el interior de la
clase obrera, observadas y estudiadas ya por Marx, Engels y Lenin, cada
vez mas complicada por la inclusión de nuevos integrantes (pequeña
burguesía arruinada, profesionales, intelectuales, etc.), que en alguna
medida llevan consigo las ideas propias de su posición social de origen.
Con todo a su favor, se fortalece la alianza de la burguesía con los
políticos pseudos demócratas y con los sectores más reaccionarios de la
intelectualidad, sus más fieles acompañantes en el terreno ideológico,
quienes se apresuran a sepultar al marxismo que, a pesar de todos los
intentos, permanece incólume y con un brío excitante.
Por medio
de la filosofía, mas que por ningún otro método de análisis, se puede
valorar con mayor rigor, que el marxismo, lejos de haber desaparecido
está omnipresente en toda la sociedad. Gracias al marxismo, las
ciencias, la cultura, la moral, han adquirido una dimensión universal y
distinta. Es el triunfo apabullante de la dialéctica marxista sobre la
metafísica idealista. En el mundo contemporáneo, el avance técnico y
científico en la sociedad burguesa, no tendría lugar de no aplicarse las
leyes de la dialéctica materialista en el proceso de investigación. La
Geografía, la Historia y todas las ramas del saber humano, ya no se
explican de igual manera que antes de Marx. Todas las disciplinas
científicas buscan las conexiones de los fenómenos naturales, su
interdependencia con el ser humano para percibir las relaciones causales
entre ellos. Es la afirmación incontrovertible de que el tiempo, el
espacio, la conciencia, es decir, todos los fenómenos naturales, es una
propieda
d de la materia en movimiento, como asevera el marxismo.
Aunque se ha intentado negar el marxismo en virtud de que Einstein
escribió la siguiente ecuación: E = mc2 (E: energía; m: masa; c:
velocidad de la luz) porque con ella se ha pretendido imponer la
hipótesis de que la interacción de las partículas y las antipartículas
se convierten en fotones, lo que significaría la destrucción de la
materia.
Sin embargo, se ha podido demostrar en contra de lo
que defiende el idealismo moderno, que no hay ninguna aniquilación de la
materia, lo que sí sucede es el paso o la transformación de una forma
de materia a otra, respetándose escrupulosamente la conservación de la
masa, de la carga eléctrica, del impulso, del momento del impulso y de
algunas propiedades mas de las micro partículas. Los fotones, es decir,
los cuanta del campo electromagnético, es una forma de la materia en
movimiento.
La dinámica que impone el desarrollo de las
ciencias desborda los límites de la ideología burguesa, en su
consecuencia, los pilares religiosos se resquebrajan y el papel de la
Iglesia se hace patético, porque atrapada en su propio drama, es incapaz
de interceptar la afluencia de datos, de neutralizar las tesis, y de
ocultar los descubrimientos científicos que ponen en tela de juicio la
existencia de un espíritu todopoderoso con dominio absoluto del pasado y
del porvenir. Hoy más que nunca, la Iglesia solo puede apoyarse para su
subsistencia, en la ignorancia de las clases trabajadoras y en el
aprovechamiento que de ella hacen las clases poderosas, interesadas en
mantener la institución religiosa para adormecer a las masas. La teoría
en "vigor" que más adictos ha conquistado, la de la expansión del
Universo en aceleración constante, en contra de lo que algunos
afirmaban, confirma la materialidad del mundo objetivo y la eternidad de
la materia dando la razón al marxismo.
Solo el cinismo burgués
puede presentar las teorías marxistas como descubrimientos recientes de
la ciencia. Primero, sucedió con la teoría del origen del lenguaje
hablado y después, con el argumento más relevante de la evolución del
hombre que trata de delimitar las fronteras entre el ser humano y el
animal. Las investigaciones actuales precisan dicho límite en la
interacción de las manos y el cerebro que Engels, ya en el siglo XIX lo
dedujo y lo explicitó con su verdadero vocablo: trabajo, o la capacidad
para producir los bienes para su subsistencia. (Engels, La
transformación del mono al hombre).
El marxismo pujante penetra
por todos los poros de la sociedad porque representa la realidad
objetiva frente a la falsa moralidad burguesa. Los deseos de una
auténtica libertad sexual libre de las trabas económicas y de los
prejuicios sociales, entre otros, de la juventud, su desgaire, su pasión
por la ecología, su amor por la paz, su rechazo al militarismo
imperialista y reaccionario y su conducta, a veces comprometida con los
pobres del mundo subdesarrollado, tienen sus antecedentes más directos
en la moral marxista. Sin embargo, ningunos de estos anhelos humanistas
pueden ser satisfechos, porque los límites que abarcan a la sociedad
capitalista lo impiden.
Por todas estas razones, la
inevitabilidad de la existencia de un Partido marxista-leninista se
expresa de modo acuciante. Un partido que aglutine todas estas energías
desperdigadas que corren el riesgo de desintegrarse, si no se les
convence de que la cultura que predican y protagonizan no corresponden a
esta sociedad. Si no se les persuade de la necesidad de luchar
organizadamente contra el sistema que imposibilita la satisfacción de
sus ilusiones y que emplea los avances científicos en beneficios de unos
cuantos; aunque, ello presuponga la degradación ambiental, el hambre
para millones de niños, mujeres y hombres y la destrucción de vidas
humanas a través de guerras de exterminios. De la necesidad también, de
instaurar una sociedad en donde los conocimientos estén al alcance de
todos los ciudadanos.
Uno de los pilares en que se basa el
materialismo histórico, es decir, la lucha de clases, es objeto de
múltiples interpretaciones, todas ellas tendentes a obviar su
existencia. En épocas de calma los teóricos burgueses tratan de restarle
importancia, cuando no de negarla, recurriendo al tópico por ellos
creado, de que la lucha de clases es un concepto anticuado, que el
capitalismo democrático desarrollado ha superado.
Este
argumento, clásico ya, se altera cuando la evidencia se impone en los
momentos supremos. Entonces, a los ideólogos burgueses y a los políticos
de derecha no les importa pasar por antiquísimos y apelan a la supuesta
naturaleza humana, recordando al milenario Aristóteles que planteaba la
esclavitud como un bien de la naturaleza: Unos hombres nacen para
ordenar y otros nacen para obedecer, y ambos son felices si cumplen con
su misión.
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