“Si tú tienes alguna afición, intenta no aburrirle
hablándole de ésta, ya que, los intereses de las mujeres, son triviales
comparados con los de los hombres.” Frases como ésta – extracto de La
Sección Femenina de la Falange Española con la finalidad de preparar a
la mujer para el matrimonio – permanecen aún muy presentes en nuestra
sociedad, pues desde siempre se nos ha educado para interiorizar este
tipo de valores patriarcales, inherentes y producidos conscientemente
por el sistema en el que vivimos.
Un análisis dialéctico del desarrollo de las sociedades nos
demuestra que, desde las primeras formas de organización humanas en
tribus, el papel del hombre y de la mujer se ciñen a las cuestiones de
supervivencia. Gracias al descubrimiento y desarrollo de la agricultura,
estas sociedades nómadas se asentaron en poblados y comenzaron a
generar excedentes, de los cuales se apropiaron, junto a los medios para
producirlos, una serie de individuos, estableciéndose así la propiedad
privada.
Estas bases provocaron el desarrollo del esclavismo
-posesión absoluta de unas personas por otras- y de nuevas diferencias
entre ambos sexos. Debido a la función biológica de la mujer, el hombre
adquiere supremacía en la familia y se adueña así de su sexualidad y su
producto -los hijos-, ayudándose para ello de mitos y religión. Esto ha
tenido gran influencia en la división natural del trabajo entre sexos y
provocó que la mujer acabara por aceptar sumisa el patriarcado impuesto.
Durante la época feudal el papel de la mujer no mejoró,
pues desde instituciones religiosas o desde el propio Estado se marcaban
sus pautas conductuales, estableciendo de nuevo su papel y perpetuando
esta discriminación. Durante el desarrollo del capitalismo tampoco se
han eliminado estas diferencias entre sexos, viendo aún hoy sus efectos.
A pesar de que el papel de la mujer ha ido evolucionando a
lo largo de la historia de esta manera, debemos tener presente que esta
transformación no ha tenido el mismo efecto en todo el mundo. Somos
absolutamente conscientes de que en la actualidad aún no se ha alcanzado
el auge de la lucha por la emancipación de la mujer, ni siquiera en los
llamados países democráticos y libres. Hemos de tener muy presente que
ésta no se logrará mientras no se destruya el sistema actual, ya que el
capitalismo alimenta un modelo de mujer sumisa, sin capacidad de
sublevación alguna, que facilita y permite su explotación a todos los
niveles – social, cultural y económico -.
Perfecta ejemplificación ocurre en nuestro país, en el que
las brechas salariales entre ambos sexos superan el 22%, y sobre los
puestos directivos en las empresas europeas sólo el 10% está ocupado por
mujeres, y además, la composición media femenina en los gobiernos de la
zona euro es del 26%, que demuestra que no sólo es una cuestión
salarial, sino de represión política, cultural y social, causada por el
sistema, que evita su máximo desarrollo en estos diferentes aspectos, al
ser vista como la única ejecutora de las tareas del hogar u otros,
fruto del pensamiento machista.
Debemos comprender que la lucha por la emancipación de la
mujer no tiene sentido alguno si se hace de forma aislada, sino
únicamente entroncada en la lucha de la clase trabajadora, en su
conjunto, frente a la burguesía. Es imprescindible, por tanto, la
destrucción del sistema capitalista, y con él, del patriarcado, así como
la construcción del socialismo, basado en la abolición de la
explotación del hombre por el hombre y, como consecuencia, en la
emancipación no sólo de la mujer, sino de la clase trabajadora en su
conjunto, a la que ésta pertenece.
A lo largo de la historia hemos podido observar cómo el
socialismo ha sido el único sistema que, a través de los países en los
que se ha perpetuado, ha logrado el avance en la lucha por la
emancipación de la mujer, si bien aún queda mucho por caminar. Ejemplo
de esto es la Unión Soviética o la República Democrática Alemana, y más
concretamente la República Democrática de Afganistán – máxime teniendo
en cuenta que, en el período previo a la URSS, Afganistán era un país
islámico -, el cual liberó a la mujer de la opresión de género que les
impuso el patriarcado, mantenido y fomentado por el capitalismo.
De entre todos los logros, por tener una especial relevancia en la historia, podemos destacar los siguientes.
-
Se permitió, por primera vez, la ausencia de la mujer de su lugar de trabajo por razón de maternidad o aborto.
-
Las nuevas leyes despojaron a los hombres de los derechos de propiedad sobre mujeres e hijos, igualaron los salarios entre ambos géneros y garantizaron el divorcio.
-
La prostitución, el matrimonio infantil y la compraventa de mujeres se abolieron.
-
Se liberó a la mujer de las tareas domésticas, para lo que se crearon guarderías infantiles y cocinas comunales en barrios y en grandes fábricas.
Entendemos, por tanto, que la opresión de la mujer es consecuencia directa del sistema social de explotación, que va ligado a la aparición de la propiedad privada y de las clases sociales, por lo que la única salida posible para conseguir la total emancipación de la mujer, así como de la clase trabajadora de la que ésta forma parte, es la transición al Comunismo – sociedad sin clases -, el llamado Socialismo, alcanzado tras la Revolución Socialista.
Desde EL PARTIDO COMUNISTA OBRERO ESPAÑOL en Madrid
queremos hacer extensiva la conciencia al conjunto de los trabajadores
sobre la importancia de la lucha por la emancipación de la mujer, que no
tiene otro lugar más que inmersa en la lucha de la clase obrera,
haciéndoles comprender que ha de ir inexorablemente unida a la tarea
histórica de nuestra clase, el Socialismo y el Comunismo.
Por esto, hacemos un llamamiento a todas las mujeres a
combatir el patriarcado – en cualquiera de sus muchas manifestaciones –
del que somos víctimas, luchando unidas y organizadas por la única
alternativa que nos otorgará la libertad, el Socialismo.
¡POR EL FIN DEL PATRIARCADO, Y POR ENDE, DEL CAPITALISMO!
¡POR EL SOCIALISMO POSEEDOR DE LA LIBERTAD DE GÉNERO!
¡MUJER, ORGANÍZATE Y LUCHA!
“Y en otro reino estuve, de color amaranto en que todos y todas eran reyes y reinas de color amaranto.”
Pablo Neruda.
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