Desde
la entrada de pleno en el período de crisis general del capitalismo
–finales del siglo XIX-, la burguesía no ha escatimado esfuerzos a la
hora de intentar “estabilizar” un modo de producción que es, por
esencia, inestable y anárquico. Un sistema que, cegado por la ley
universal del máximo beneficio capitalista, fundamenta su dominio en la
propiedad privada sobre los medios de producción, arrancando el ciclo de
acumulación de capital a través de la explotación del trabajo
asalariado. Como decimos, ha sido una preocupación constante de los
capitalistas, el intentar –vanamente- amortiguar las contradicciones
irresolubles por las que discurre el modo de producción capitalista, con
mayor intensidad en su etapa agonizante y putrefacta. La historia del
siglo XX, plagada de conflictos bélicos interimperialistas y de
repetidas y profundas crisis, así como de revoluciones triunfantes y de
otras ahogadas en sangre, pone de manifiesto la ficción de un
capitalismo “planificado y pacífico” (tesis imperialista), o algo aún
más inverosímil, la de un capitalismo “controlado y de rostro humano”
(tesis oportunista). Ambos posicionamientos, emanados de la ideología
dominante burguesa, pretenden saltar por encima de la lucha de clases,
presentando un Estado hegeliano “por encima de los intereses
contrapuestos de las clases sociales”. Concepciones de claro contenido idealista
y acientífico, que solo pretenden alargar la agonía del pueblo
trabajador para beneficio de unos pocos explotadores y parásitos.
Ni siquiera con la poderosa
fusión de los grandes monopolios al Estado burgués, poniendo a éste
último a su entero servicio, ha podido la oligarquía financiera
“estabilizar” un régimen opresivo que mata a decenas de millones de
seres humanos, mientras sobreexplota y pauperiza a otros tantos. Lejos
de “amortiguar” y “controlar” las profundas contradicciones por las que
discurre el reino del capital, el capitalismo monopolista de Estado no
ha hecho otra cosa que agudizarlas progresivamente. Cada conflicto
bélico imperialista, regido por la inevitable lucha por nuevos recursos y
corredores energéticos, somete con brutalidad a pueblos enteros. Cada
crisis capitalista de sobreproducción, retuerce con saña los grilletes
del proletariado y el pueblo trabajador. No hay y no puede haber vuelta
atrás cuando el imperialismo muestra su senilidad histórica, cuando la
oligarquía financiera ya sólo puede ofrecer recetas netamente
reaccionarias. Toda “alternativa” que se aleje de la revolución social y
la dictadura democrática del proletariado –socialismo-, no hace más que
reforzar los engranajes de un régimen insostenible.
Por ello, desde esta
contextualización histórica, nos resultan tan familiares los “grandes
pactos por la cohesión social” entre imperialistas y oportunistas, tan
publicitados hoy como ayer por los jerarcas políticos y sindicales del
Reino de España. No en vano, ambas caras de la misma moneda, de la misma
dictadura capitalista, se nutren de los excedentes generados por las
guerras imperialistas y la explotación asalariada de la clase
trabajadora. Desde la santa alianza de Bernstein o Kautsky con la gran
burguesía del Rürh y los junkers germanos (II Reich), hasta llegar a la
no menos santa alianza de las jerarquías oportunistas adscritas a la UE
imperialista y demás satélites que giran en torno a la misma (CSI, BCE,
CE, FMI, BM, OTAN, OCDE), la clase dominante no ha escatimado esfuerzos a
la hora de que sus fuerzas políticas y sindicales blinden la
superestructura de su dictadura de clase. Estos alquimistas del capital,
conscientes de que su tiempo se agota, pretenden “reformar” lo que ya a
todas luces aparece irreformable, a fin de mantener y expandir sus
espurios privilegios a costa del sudor y la sangre de millones de
trabajadores.
En la actualidad, esta clásica
maniobra de “pacto y conciliación” entre parásitos, explotadores y
oportunistas, vuelve a planear por las usinas burguesas del régimen
capitalista español. Ante un Gobierno incapaz, una oposición
descompuesta y unas centrales sindicales desacreditadas, los monopolios
industriales y financieros se afanan en tejer un nuevo “pacto nacional”
para “hacer frente a la crisis” económica, política e ideológica. Y lo
hacen, una vez más, confiados en una correlación de fuerzas que saben
favorable, a pesar de la devastadora crisis capitalista en la que nos
encontramos inmersos. Ante un movimiento obrero y sindical todavía
atomizado y un movimiento comunista en lenta reconstrucción, la
autopista de la esclavitud asalariada se les muestra abierta de par en
par, ya sin ni siquiera peajes de ningún tipo. La clase dominante,
especialmente en procesos de crisis, no sólo centraliza la producción y
los capitales intensificando así sus propias contradicciones, sino que
además precisa la centralización y concentración de su casta política y
su cohorte de lacayos oportunistas, a fin de imponer sus intereses sobre
las mayorías productivas y emboscar su descrédito popular. Base
económica y superestructura se interrelacionan dialécticamente, el
Estado burgués se cierra en un solo puño para profundizar su ofensiva
frente al pueblo trabajador.
Así ha venido sucediendo a lo
largo de la historia. Buena prueba de ello fue la reconfiguración del
régimen tras la crisis acaecida tras el tránsito del régimen fascista a
la democracia burguesa a finales de los años 70. Cabe no olvidar los
lodos que nos trajeron estos barros. Desde los Pactos de la Moncloa
hasta el II Acuerdo para el Empleo y la Negociación Colectiva, el
imperialismo y las fuerzas oportunistas no han cesado en cerrar acuerdos
y pactos a fin de intentar “estabilizar” y “amortiguar” la
conflictividad inherente a todo modo de producción capitalista. Con
todo, después de 40 años de “pactos”, partiendo de una constitución
burguesa desvergonzadamente capitalista, una realidad histórica objetiva
salta a la vista: la clase trabajadora no ha cesado de perder derechos y
condiciones -duramente arrancados a la burguesía-, tras cada pacto
suscrito por el Gobierno, la oposición, patronal y las traidoras cúpulas
sindicales, engordados todos ellos a través de las millonarias
subvenciones del capital monopolista, que premia con generosidad toda
labor de “contención y cohesión social”.
Veamos sólo algunas
reseñas no exhaustivas de la historia “pactista” y traicionera que nos
ha llevado al momento actual que vivimos:
-
1977. Pactos de la Moncloa; se impone la “flexibilización del mercado de trabajo”, la pérdida de negociación colectiva y se reconoce el despido libre. Se procede al “control de la inflación” a través de la congelación salarial, poniendo en el punto de mira a sectores como el textil, el naval o el siderometalúrgico. Se ponen las bases para el trasvase sistemático de la riqueza generada por los trabajadores hacia el capital.
-
1979. Acuerdo Básico Interconfederal (ABI). Se fija un tope salarial del 13% y la posibilidad de las empresas endeudadas de bajar sueldos a su antojo. Se traslada el peso de la negociación colectiva de los Comités a las secciones sindicales, poniendo las bases del Estatuto de los Trabajadores.
-
1980. Estatuto de los Trabajadores. Se abre de par en par la entrada a degüello del trabajo temporal y se refuerza el poder patronal en los procesos de trabajo, además de blindar todas las medidas antiobreras recogidas desde 1977. Entre otras; facilitación del despido, fijación del salario mínimo por debajo del coste de vida, establecimiento de la jornada laboral más larga de Europa (43 horas semanales), o la reducción de los ámbitos de negociación de convenios, entre otras.
-
1981. Acuerdo Nacional de Empleo. Por primera vez desde 1974, la tasa de crecimiento del salario medio por trabajador resulta negativo (incrementos salariales por debajo de la inflación). Además disminuye la cobertura económica y temporal de los desempleados y se aceptan los despidos improcedentes.
-
1984. Acuerdo Económico y Social. Primera reforma del Estatuto de los Trabajadores. Reales decretos sobre contratación precaria; a tiempo parcial, aprendizaje, prácticas.
-
1992. Medidas Urgentes de Fomento del Empleo y Protección por Desempleo. El “Decretazo”. Progresivo proceso para la eliminación de la protección por desempleo; ampliación del período mínimo de cotización y reducción de cuantías, además del endurecimiento de los requisitos para acceder a la prestación.
-
1993/1994. Reforma del Estatuto de los Trabajadores. Medidas Urgentes para el Fomento de la Ocupación. Legalización de la cesión de trabajadores (ETT). Abaratamiento del despido, desregulación de las condiciones laborales en pos de la “competitividad, la flexibilidad y la generación de empleo”. 1/3 de los asalariados quedan sometidos a unas condiciones laborales totalmente precarias.
-
1997. Acuerdo Interconfederal para la Estabilidad en el Empleo. Acuerdo Interconfederal sobre Negociación Colectiva. Acuerdo sobre Cobertura de Vacíos.
-
2002. Nueva reforma laboral por “Decretazo”. Liquidación de los salarios de tramitación.
-
2006. Nueva reforma laboral. Con la excusa de frenar la temporalidad, se precariza la contratación indefinida.
-
2011-2012; Nueva Reforma laboral que, básicamente, viene a cerrar el círculo de la esclavitud asalariada larvado durante décadas.
Como se puede comprobar, al calor
de las repetidas crisis de sobreproducción y la desmovilización del
movimiento obrero, el capital logra pacto a pacto la sumisión más
descarnada del trabajo a sus intereses, consolidándose en los mercados
internacionales. Y su herramienta predilecta -el “pacto social” como
mero reflejo superestructural de la base económica-, le ha servido para
maximizar sus beneficios a costa de incrementar los grados de
explotación de la clase trabajadora, empleada, desempleada, joven o
jubilada. Ayer gota a gota, hoy a chorro abierto, imperialistas y
oportunistas (capitalistas), pacto tras pacto, reconversión tras
reconversión y reforma tras reforma, no han hecho otra cosa que
esquilmar a los trabajadores. Ello no hubiera sido posible sin el
imprescindible trabajo de zapa de las cúpulas sindicales, sin la
consciente desmovilización y enajenación del proletariado fruto de la
orfandad de Partido Leninista. Cabe no olvidar que tras cada pacto
rubricado por las fuerzas vivas del régimen, éstas han recibido
oportunamente ingentes cantidades de capital y prebendas de todo tipo a
fin de consolidar al Estado burgués como efectiva maquinaria al servicio
del capital monopolista.
Esta depauperación y
sobreexplotación “pactada” de la clase obrera, infló de deudas a las
familias trabajadoras, que tras más de 3 décadas de “diálogo social” y
de espejismos capitalistas de “bonanza” -a base de generar una economía
dominada por el capital financiero-, se vieron obligadas a vivir a
crédito tras las constantes pérdidas de poder adquisitivo y la voladura
controlada de prácticamente todos los derechos laborales y sociales
conquistados por el proletariado tras largas luchas. Es bien sabido que
el capitalismo no produce para satisfacer necesidades, sino para
maximizar beneficios. Roto el chorro de crédito en 2008, “la magia del
dinero gratis” empezó a esfumarse. Y la historia volvió a repetirse,
como dijera Marx, primero como farsa y después como tragedia; de nuevo
las fuerzas productivas fueron tensionadas y destruidas, mientras la
nueva bomba antiobrera -Reforma Laboral de 2012-, se abría paso sin
complejos, legalizando la esclavitud asalariada.
La oligarquía financiera cuando
huele la sangre proletaria va hasta el fondo en su proceso de
vampirización, más aún cuando comprueba como el movimiento obrero se
muestra incapaz de confrontar organizadamente tal ofensiva, que no tiene
otro objetivo que situar a la clase trabajadora en el mismísimo siglo
XIX. Así, resulta comprensible que importantes capitostes del IBEX35 y
la CEOE, auténticos amos y señores del Estado burgués español, den
rienda suelta a su ilimitada imaginación antiobrera, defendiendo
abiertamente en los últimos días no solo el fin de los convenios, sino
incluso del propio Estatuto de los Trabajadores o la no menos burguesa
Ley de huelga. Son éstas sus posiciones de partida para el nuevo “pacto
social” que se aproxima. Y mientras el Gobierno asiente obediente, la
oposición socialdemócrata y los jerarcas sindicales del régimen no le
van a la zaga; llevan meses mendigando un pacto, precisamente, con estos
mismos enemigos del pueblo trabajador. En última instancia, ante un
descrédito evidente de la institucionalidad burguesa al calor de la
crisis capitalista, imperialistas y oportunistas pretenden que la
esclavitud asalariada y la voladura de derechos conquistados tras largas
luchas proletarias se lleven adelante “en paz”, y para ello se precisa
la bendición de los que han hecho de la traición una forma de vida;
PSOE, IU, UGT o CCOO.
En pleno año 2013, después de 36
largos años de “consensos, acuerdos y pactos” por la “estabilidad”, el
“empleo”, la “contratación indefinida” y demás eufemismos vergonzantes
que solo han contribuido a generar más inestabilidad, más paro y más
temporalidad, hoy la institucionalidad burguesa ya no puede esconder su
acelerada putrefacción, aunque se empeñe en hacernos tragar ruedas de
molino. 36 años de “cohesión social” entre imperialistas y oportunistas,
han larvado este cuadro socio-económico aberrante;
casi un 70% de trabajadores asalariados por debajo de los 1000€
mensuales (1/3 de ellos sin siquiera llegar al miserable SMI de poco más
de 600€), un 40% de autónomos y más de un 25% de pensionistas en riesgo
de pobreza, 2 millones de hogares obreros sin más ingresos que la
caridad, más de medio millón de trabajadores saliendo al extranjero para
sobrevivir, casi 200.000 desahucios anuales, 3 millones de niños en
riesgo de exclusión social, pensiones vergonzosas y de miseria (media de
750€, estando el 81% de las mismas por debajo de 1000€), más de 6
millones de desempleados (tasa del 27%) o 3300 suicidios anuales,
certifican el “éxito” del pactismo traidor y la “cohesión social” que es
capaz de ofrecer este modo de producción caduco y putrefacto.
36 años de éxito rotundo para
imperialistas y oportunistas, 36 años de derrota en todos los frentes
para la clase trabajadora y clases populares.
Prácticamente 4 décadas de
“diálogo social” por la miseria, la sobreexplotación, la enfermedad y la
muerte de la clase obrera. Hoy los propietarios del Estado español, a
través de una CEOE envalentonada, ya se atreve a proponer la derogación
del propio Estatuto de los Trabajadores, toda vez que ya han arrasado
con convenios y condiciones laborales mínimas. Ya ni siquiera les sirve
la legislación burguesa rubricada por ellos mismos en los años 80. Vista
la falta de respuesta organizada y de clase, y empujados por las leyes
universales que definen al sistema capitalista, profundizan su ofensiva
con el único límite que marca la normativa laboral del siglo XIX. Y
justo en el momento en que más imprescindible se hace la unidad y
solidaridad obrera, el oportunismo sale raudo y veloz a servir a sus
amos –como siempre han hecho-, fabulando con “medidas sociales” que sólo
buscan una legitimación perdida.
Mientras UGT y CCOO mendigan
desde hace meses otro pacto por “el empleo, la estabilidad y el
crecimiento” con su Estado, el brazo socialdemócrata del imperialismo
(PSOE) ya prepara sus “recetas sociales”, implorando a su vez un “pacto
nacional” con uno de los Gobiernos más reaccionarios del régimen,
intentando así frenar su caída libre. Si la farsa fueron los Pactos de
la Moncloa de 1977, el conjunto de trabajadores tenemos la obligación
moral de frenar en seco la tragedia que se avecina y que ya habita en
nuestros centros de trabajo y barrios. En plena etapa imperialista, la
única receta para poner fin a esta tragedia cotidiana, sólo puede venir
del socialismo. Esto es; de la destrucción total del capitalismo
monopolista y su aparato represivo estatal y el establecimiento de la
dictadura revolucionaria del proletariado.
Unos desean aplicar la terapia
capitalista por vía directa y sin anestesia, tal y como se está
aplicando. Otros mendigan más capital para sus corruptas gestorías,
suplicando un poco más de tiempo y “acuerdos” para aplicar la terapia
“pacíficamente”, a fin de no “generar tensiones sociales”. Todos forman
parte de la cofradía del santo capital, al que veneran y creen eterno e
inmutable. El oportunismo va más allá e incluso es capaz de encontrar en
la dictadura capitalista extraños “rostros humanos” mientras los
trabajadores se ahorcan antes de ser desahuciados, se declaran en huelga
de hambre o se queman a lo bonzo en entidades bancarias. En definitiva,
como fieles servidores de los intereses burgueses, todos brindan -pacto
tras pacto-, por la propiedad privada de los medios de producción y la
explotación asalariada, que tan buenos dividendos les proporciona.
Es imprescindible que ante la
avalancha antiobrera que nos somete, con especial sutilidad “pactista”
desde 1977, los trabajadores rompamos de una vez por todas con nuestro
aislamiento y división, pues como queda patente el capital no duda un
instante a la hora de concentrar sus fuerzas, poniendo al Estado burgués
a su entero servicio para arremeter contra las masas laboriosas. Los
puntales del capitalismo monopolista de Estado andan buscando un nuevo y
mayor “consenso”, imprescindible para justificar el crimen diario
cometido contra los trabajadores. El gran capital ya ha dado la señal,
la Corona lo anuncia, los jerarcas sindicales del régimen lo imploran,
la oposición lo anhela, el Gobierno lo necesita. El ciclo
IBEX35-CEOE-PPPSOEIU-UGTCCOO anda bien engrasado desde 1977. La cuestión
es ¿a qué esperamos, siendo más y mejores, para tejer nuestra propia e
imprescindible unidad proletaria desde la base? ¿Acaso existe otra
alternativa real ante la realidad material que vivimos?
No extraña que algunos viejos
obreros afirmen hoy que tenían mejores condiciones bajo el régimen
fascista que bajo la democracia burguesa. Aquellos trabajadores, en base
a la unidad, la solidaridad y la politización arrancaron importantes
conquistas mediante su organización y combatividad clasistas. Hoy, aquél
sujeto histórico revolucionario anda vapuleado, mientras aquellas
condiciones y derechos duramente conquistados, han sido liquidados,
traición a traición, hasta llegar a nuestros días. Comprendemos bien la
perplejidad del viejo obrero que enfrentó la barbarie fascista y hoy
constata como sus hijos y nietos, heredan puestos de trabajo de esclavos
o son lanzados al pozo del desempleo, sumidos en el temor y el
aislamiento suicida.
A la división, desorganización e
individualismo esparcidos entre el proletariado por la ideología
dominante burguesa, el PCOE responde con un firme llamamiento a la
unidad y la solidaridad de la clase obrera, pilares básicos hacia la
edificación de un combativo movimiento obrero que se sepa dueño de su
destino como sujeto histórico revolucionario, capaz de reconstruirse
como “clase para sí” y caminar firme y decidió hacia su emancipación
social. Capaz de construir sus propias instituciones democráticas
proletarias, fundido entorno a su vanguardia proletaria y consciente de
la necesidad de mandar al basurero de la historia a este modo de
producción agotado. Un movimiento obrero capaz de mandar al basurero de
la historia a los imperialistas y sus lacayos oportunistas, “pactistas”
profesionales que ya sólo en la expansión irrefrenable de la miseria y
la sobreexplotación hallan su execrable supervivencia.
Ya no hay tiempo ni espacio para
reivindicar mejoras en unos convenios que han quedado reducidos a papel
mojado, para plantear conflictos aislados abocados al fracaso, para
mendigar pactos infames ni seguir creyendo en fraudulentos capitalismos
“con rostro humano”.
Unir, organizar y dirigir a las
fuerzas proletarias y populares hacia el socialismo. Construir el Frente
Único del Pueblo en base a la Asamblea de Comités, Delegados y
Trabajadores. Trabajar sin descanso por la consolidación de la Central
Única de Trabajadores. He ahí los objetivos estratégicos irrenunciables
del Partido, única vía para derrocar la barbarie imperialista que
siembra de explotación, miseria y enfermedad nuestros centros de trabajo
y barrios.
¡No más pactos contra el pueblo trabajador!
¡Sin tregua al imperialismo, sin tregua al oportunismo!
¡Por las Asambleas de Comités, Delegados y Trabajadores y el Frente Único del Pueblo, construyamos poder popular!
¡Construyamos socialismo!
Comisión de Movimiento Obrero y de masas del Partido Comunista Obrero Español
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